Entre adoquines antiguos, edificios de cantera y tezontle, museos, cafés, tiendas y mercancías, en la calle de Tacuba parecen susurrar secretos de tiempos pasados bajo el peso de los autos y la prisa cotidiana. Esta arteria, que se despliega desde el corazón del Templo Mayor y es mucho más que una simple calle de las Calles Chilangas.
En ella, los ecos del México antiguo resuenan desde su construcción entre los años 1377 y 1389, según cuentan los historiadores y fue una arteria vital para los mexicas, una especie de carretera del tiempo que nos conecta hoy con la Tenochtitlán, Texcoco, Tacuba, Tepeyac y Tlatelolco. Los antiguos mexicas la bautizaron como la Calzada Tlacopan, en honor a la abundante jarilla amarilla que florecía en sus alrededores. Tras la conquista la rebautizaron como «México-Tacuba» en 1523, lo que la convirtió en la calle más antigua de Las Américas” y un testigo silente del encuentro entre dos mundos.
Este antiguo camino se divide en cinco secciones, cada una con su propio sabor y personalidad única. Tacuba: La sección original, que nos sumerge en el México ancestral y nos conecta con las raíces prehispánicas de la ciudad. Avenida Hidalgo, El pulso moderno de Tacuba, donde el bullicio y la vida contemporánea contrastan con los vestigios del pasado. México-Tenochtitlán (antes Puente de Alvarado), un rincón que atestigua la influencia española y celebra su legado arquitectónico. La Ribera de San Cosme: Un espacio que vio nacer lugares de ocio en tiempos coloniales, como la emblemática Alameda Central. Y la avenida México-Tacuba, la sección que envuelve el espíritu de la calle más antigua de América y la une con el municipio de Naucalpan, Estado de México, como un abrazo entre el pasado y el presente.
La calle de Tacuba no solo alberga edificios históricos, sino que también fue testigo de eventos cruciales que dieron forma a la historia de México. La ahora llamada Noche Victoriosa antes llamada como Noche Triste, rinde homenaje a la resistencia indígena y marca el aniversario de los 500 años del proceso de conquista. Algunos relatos cuentan que Hernán Cortés lloró su derrota en un ahuehuete que estuvo en pie hasta el siglo XX.
En esta vía también podemos encontrar la estatua ecuestre de Carlos IV, mejor conocida como el Caballito de Tolsá, frente al ahora Museo Nacional de Arte (MUNAL), en donde antaño se veló el cadáver del emperador Maximiliano en 1867, en lo que fue la capilla del Hospital de San Andrés. Este majestuoso edificio fue hecho para la Secretaría de Comunicaciones y transportes con una arquitectura ecléctica, es ahora el hogar del MUNAL, un santuario del arte y la cultura mexicana. Su vecino, el Palacio Postal deslumbra con su arquitectura que fusiona estilos góticos y art nouveau. Construido en 1907, aún funciona como oficina de correos en un edificio que es un tesoro arquitectónico de la capital.
También podemos hablar de un lugar emblemático de la ciudad, el Café de Tacuba. Fundado en 1912 en una casona del siglo XVII, este café fue el epicentro de tertulias de artistas e intelectuales. También albergó el primer hospital psiquiátrico de mujeres durante la época colonial, tomando por nombre el de Hospital del Divino Salvador para Enfermas Dementes, el cual estuvo a cargo de monjes jesuitas. Para el siglo XIX pasó a manos de las monjas Clarisas. El hospital psiquiátrico permaneció abierto hasta 1910, cuando las pacientes fueron llevadas a La Castañeda. Fue aquí donde la banda mexicana Cafe Tacvba encontró su nombre.
Mencionamos también otro de sus atractivos, la Alameda Central. Inaugurada a finales del siglo XVI por el virrey Luis de Velasco, la Alameda Central es un punto de encuentro entrañable para los habitantes y visitantes de la Ciudad de México, quién no ha caminado alguna vez por ella o pasado junto al Palacio de Bellas Artes.
Y es que sí, caminar por la calle de Tacuba es como abrir un libro antiguo lleno de relatos fascinantes, de la cuál no terminaría nunca. Los adoquines, edificios y los kilómetros de asfalto, guardan las memorias de conquistadores, artistas, trabajadores, caminantes y ciudadanos que, a lo largo de los siglos, continuan tejiendo la intrincada tela de la identidad de la Ciudad de México.